Toda la vida de los mortales, no es aquí sino una perpetua guerra en el campo de batalla más amargo del mundo. En ella, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su capitán le manda que el mismo capitán que se lo ordena. Quiero decir que los religiosos con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados y caballeros, esto es, los hombres comunes que vivimos en el mundo, ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras espadas, así somos ministros de Dios en la tierra y brazos por quien ejecuta en ella la justicia. Esta guerra que alguno ha descrito como “Domino Christo vero Regi Militaturus”, me gusta esa palabra “militaturus”. ¡En ella escucho el entrechoque de las espuelas, el crujido de la armadura y el importuno pelear y acercarse de los caballos! Cuando la oigo, huelo a batalla. Por eso, querido amigo, si me permitís la propuesta, quisiera que nos acompañemos mutuamente a luchar esta perpetua guerra que es la vida.